“Una experiencia desagradable”
Mi peor experiencia no es que fuera mala, pero si desagradable, y esto me ha hecho recordarla a pesar de haberla pasado cuando era muy pequeña. Fue en preescolar, yo era una niña que se distraía con cualquier cosa, por eso cuando nos mandaban pintar o realizar cualquier trabajo tardaba muchísimo. Tenía un profesor al que eso le sacaba de quicio, y siempre, día tras día, dibujo tras dibujo me decía lo mismo: “eres más lenta que el caballo del malo”. Esa frase es la que más he recordado de la época de mi infancia. Entonces nunca supe lo que significaba, sabía que quería decir que era muy lenta y que lo debería hacer más rápido, pero el resultado era peor; al principio sí me importaba que dijese eso delante de todos los niños, pero con el paso del tiempo ya no escuchaba esa frase, solamente la oía. Pasó de ser algo que tendría que motivarme, aunque para mí fuese desagradable, a ser algo indiferente e inservible.
Si en algún momento de mi profesión me encontrase con un caso como este, lo primero que intentaría sería relacionar de alguna manera algún trabajo agradable para el alumno con uno que fuese necesario y no fuera tan gustoso para él. Esto lo haría para fomentar el interés por la actividad a realizar. En segundo lugar haría que el niño consiguiera agilidad para acelerar el trabajo y que así no fuese cansado y llegase a ser aburrido.
Por otra parte una actividad de motivación sería dar al alumno un refuerzo al terminar el trabajo, esto haría que tuviese ilusión por hacer más tareas, y a mayor velocidad. En mi opinión el refuerzo no debería ser siempre algo material, es muy tentador para los niños y lo más fácil para los maestros, pero creo que sería todo un reto que los alumnos quisieran terminar un deber para hacer otro en forma de juego o simplemente relacionarse con los demás niños. Un complemento al refuerzo puede ser una felicitación o simplemente una sonrisa.
“Una experiencia agradable”
Mi mejor experiencia va vinculada con el sentimiento que originó. Tuvo lugar en quinto de primaria. La maestra nos mandó como ejercicio para casa inventar una leyenda sobre el origen de algún animal, ella nos puso como ejemplo que el cuello de las jirafas era tan largo porque cuando eran pequeñas les ponían muchos collares y así se le estiraba. Desde siempre me gustó escribir, pero lo hacía para mí, no para que lo viesen los demás, era como un juego. Mi leyenda trató de los delfines, en ella recogí una historia de amor en la que los protagonistas eran de distintas clases sociales y como de ninguna manera más que escapando podrían estar juntos, huyeron nadando por el mar; debido a la velocidad su cuerpo se fue afilando hasta convertirse en el del delfín. Resumida así es. Cuando la profesora nos lo iba entregando después de corregirlas, a mí me preguntó si la había hecho yo sola, si la había copiado. Yo le dije que no, que nadie me podía haber ayudado ya que esa tarde no estaban mis padres en casa. Entonces muy tímidamente me felicitó. Yo supe que lo había hecho muy bien aunque ella no me dijera nada. Al día siguiente volvimos a hablar de nuestras leyendas y ahí lo dijo delante de toda la clase y me sentí realmente bien. También me pidió presentarlo a un concurso que se hacía en el colegio donde participaban los mayores, y para mi sorpresa, gané.
Esta actitud de la profesora fomentó mi gusto por compartir lo que escribía, y es hoy en día que siempre encuentro un rato para escribir. Desde que empecé el instituto participé en concursos de cuentos navideños, y dejando la modestia aparte, siempre conseguí el primer puesto.
Creo que si los profesores nunca hubiesen reconocido mis cualidades, puede que perdiese mi aliciente por escribir. Para una persona es muy importante que reconozcan sus buenas propiedades y más aún si se trata de niños
Expliqué mis proyectos para hoy mis sueños para ayer y mis deseos para nunca jamás
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jueves, 26 de abril de 2007
lunes, 16 de abril de 2007
¿Qué hago yo aquí?
Hace tiempo, en uno de nuestros primeros diarios para el portafolios de Didáctica General, tuvimos que contar por qué habíamos elegido esta opción para encauzar nuestro futuro. Yo sinceramente conté que no me había llegado la nota para hacer fisioterapia y como segunda opción había puesto este magisterio. No se si fue el azar, la suerte, o que infinitud de cosas se pueden dar todas ellas imposibles de demostrar; el caso es que al poco tiempo de empezar a trabajar en serio en todas las asignaturas, empezaba a tener una motivación que pocas veces había conseguido en mi vida como estudiante. A la semana de estar en la Universidad de León me llamaron de la facultad de fisioterapia diciéndome que ya tenía plaza, que mi nota había sido aceptada. Me llevó un día entero decidirme, llegué a hacer las maletas, pero no. No podía desaprovechar la oportunidad de hacer algo que realmente me estaba gustando. ¿Y si empezaba allí y se agotaba esa ilusión?¿Y si fuera a llegar a ser una buena profesora?¿Y si entonces, con lo alto que había apuntado en la facultad de educación, la caída fuera mayor?
No, comprendí que las decisiones importantes en la vida, son aquellas en las que de verdad tu corazón y tu mente trabajan al mismo ritmo llegando a un acuerdo.
No sé si me equivoqué, si llegaré a alguna parte, si seguirá en auge mi empeño.
Lo que tengo claro, es que he aprendido mucho en mi formación como persona, y eso para mí es de las cosas que más valor tienen.
Ahora sólo quiero descubrir más.
domingo, 15 de abril de 2007
¿Números o nombres?
El otro día hablando sobre la evaluación, sentimos rechazo por aquellas personas que decían si alguien era de notables, de suficientes o de lo que fuere.
Este tema despertó mi curiosidad y se me ocurrió escribir en nuestro fiel google, "no soy un número". Indagando me encontre con este enlace (http://www.el-esceptico.org/ver.php?idarticulo=147, el día 10-4-07 a las 16:00). Puede parecer latosa de leer, pero da una vuelta que a primera vista parece imposible de dar. La noticia decía así:
Pitágoras y las entrevistas a poetasPitágoras adoraba los números. Consideraba que todo lo que nos envuelve puede traducirse a ellos, que el Universo entero, con sus estrellas, insectos y montañas puede cuantificarse. Tras el aparente caos que gobierna el mundo, el número reina en silencio, mostrando relaciones ocultas y ordenando las cosas.
Juan Carlos Ortega
Hoy, dos mil quinientos años después, estamos rodeados de cifras. Los números están presentes en casi todo lo que hacemos. Nuestro turno para comprar filetes en un supermercado queda simbolizado por un número impreso en un papel. Tenemos teléfonos, documentos de identidad, diales de emisoras de radio, direcciones postales y tarjetas de crédito. Y todo ello con el número como rey indiscutible. El mundo civilizado parece estar perfectamente cuantificado.
Sin embargo, es un tópico de nuestro tiempo despreciar la supuesta tiranía del número, la aparente frialdad de las cifras. En una torpe defensa de la poesía de la vida, ciertos intelectuales consideran inhumano todo proceso de cuantificación. Odiar al número está de moda.
Es de noche y no sabemos qué hacer. Encendemos la tele y aparece en pantalla un presentador impecablemente peinado. A su lado, un joven poeta que parece llevar escrito en la frente con tinta fluorescente “soy mega sensible”.
Critica al “poder” utilizando una retahíla de tópicos gastados un cuarto de hora después de haberse inventado. Sin embargo, su aspecto, su pose y su mirada nos revelan que él considera su discurso absolutamente novedoso. Después de soltarnos por quinta vez en siete minutos que lo importante es “ser” y no “tener”, pasa rápidamente a pronunciar otro bonito tópico ante las cámaras: “El poder nos desprecia. Nos trata como si sólo fuéramos números, pero somos mucho más: somos personas”. Acabada la frase, ameniza la entrevista leyendo uno de sus horrendos poemas.
El público del plató aplaude. El joven mega sensible ha dado en el blanco. Los espectadores se dicen a sí mismos en silencio: “Claro, yo soy Pedro, no 4.326”. El presentador despide a su invitado. Otro aplauso del público asistente. Cambian de tema. Ahora un experto en medicina preventiva nos amarga la noche diciéndonos que, casi con toda seguridad, el Sol que hemos tomado esta tarde nos ha provocado un cáncer en la piel.
Apagamos la tele y vamos a buscar algo para comer a la nevera.
¿Qué pasa con los números? ¿Por qué tienen tan mala fama entre los tipos aparentemente sensibles? La respuesta tiene que ver, curiosamente, con lo mucho que nos valoramos.
El joven poeta de la tele, como la mayoría de nosotros, se considera absoluta y rematadamente distinto a todos los demás. Su vida, como la nuestra, no puede ser una de tantas. Debido a la proximidad que tenemos con nosotros mismos (todos vivimos justo debajo de nuestra piel) hemos desarrollado el poderoso instinto de adorarnos en exceso. Si acabamos cogiendo cariño a un horrible jarrón de porcelana después de muchos años de convivencia, se entiende que algo similar, aunque infinitamente más potenciado, ocurra con nuestra adorable persona. Nos amamos, y todo amante considera a su objeto amado mejor que los demás.
El odio a las cifras se entiende si pensamos en lo siguiente: el número 5 es superior al número 3, pero no es mejor. El número 2 es inferior al 7, pero no es peor. Todos los números son exactamente iguales si los juzgamos basándonos en criterios morales.
Por tanto, ser tratado como un número implicaría quedarse fuera de la rifa moral, impidiéndonos disfrutar de la supuesta ventaja de sentirnos mejores que los otros. Podemos inventar mil argumentos absurdos para defender que Juan es mejor que Pedro, pero es absolutamente imposible demostrar que el número 27 es mejor que el número 98. El poeta de la tele, como la mayoría de las personas de tendencia vanidosa, no quiere verse a sí mismo como un número, porque le aterra la imposibilidad de considerarse mejor que los demás.
No reclama una mayor sensibilidad hacia lo que somos, hacia nuestro inmenso valor como seres humanos. Todo lo contrario: Él, como muchos de nosotros, exige una excusa para justificar objetivamente el exagerado amor que siente por su persona. No pide la certeza de ser mejor que otros, pero sí, al menos, la posibilidad de llegar a serlo. El sistema lógico de la numeración se lo impide. El número 8 no podrá nunca ser mejor que el 15. Partiendo de la condición de igualdad que supone afirmar que todos somos personas (y no números), sienta las bases para iniciar la competición. “Tú y yo somos iguales, querido espectador. Empecemos la carrera y que gane el mejor”.
Lo que el joven poeta ignora es que, si bien es cierto que no somos números, tampoco somos nombres propios. La pareja de contrarios “número/persona” que utiliza en su argumentación es errónea. En realidad debería haber utilizado la pareja “número/nombre propio”, ya que su frase: “no somos números, somos personas” compara dos elementos que pertenecen a órdenes distintos. Antes de la implantación masiva del número en nuestro modo de vida, a todos se nos trataba como si sólo fuéramos nombres, sin que ningún ser aparentemente sensible hubiera criticado por ello los índices onomásticos.El número nos ofrece la posibilidad de agilizar los trámites. La organización social es muy complicada, y el sistema de numeración puede simplificar un poco las cosas. Eso es todo. No hay malas intenciones en el empleo de las cifras como método organizativo, ni deseos de rebajar nuestra condición como personas. Si llamar a alguien “Pablo” no lo deshumaniza, tampoco lo hará llamarle “32.411”.
Además, haríamos bien en aprender a valorar las ventajas de los números. Tienen mucho que ver con nosotros, comparten nuestra esencia como seres humanos de una forma infinitamente más rica que los nombres propios. Los números, como las personas, son distintos entre sí, pero ninguno es mejor que otro.
Si queremos defender nuestra unicidad, si queremos seguir considerándonos especiales y únicos sin necesidad de pisar a nadie, no tengamos miedo a los números. Hay muchos “Juanes” y “Pedros” en el mundo, pero solamente un 46.987.234.
Es una pena que ningún programa de televisión pueda realizar esta noche una entrevista a Pitágoras de Samos. Sería interesante oír lo que tiene que decirnos. Y estoy seguro que, a su modo, también conseguiría arrancar un aplauso al público asistente.
Y vosotros, ¿de qué modo creeis que el número o el nombre des humaniza?
viernes, 13 de abril de 2007
Quién soy
Explicar quien eres resulta complicado.Es más fácil mirar a los demás y decir, es alto, bajo, moreno, rubio, simpático, desagradable...
¿Pero yo?
La única imagen que tengo de mí es la que muestra un espejo todas las mañanas, y a decir verdad, es una imagen de confianza con pijama y cara de sueño, no se si en algún momento me impactó, pero de tanto verla durante toda mi vida, soy capaz de imaginarme con cada gesto, con cada posición, sin tener a mi fiel confesor en frente.
Él me ha mostrado los sentimientos más oscuros de mi rostro, las lágrimas más profundas de mis ojos, y los resquicios que asoman en mi piel ante él me he confesado, ante él he reído, ante él he llorado, he prometido, he propuesto, he conseguido, he luchado, he perdido, he abandonado...
Si él hablase diría que soy buena oradora, latosa en muchas ocasiones, risueña ante el buen humor y graciosa cuando este llega a su clímax. Nefasta cantante, un horror de persona ante tiempos turbulentos, abatida en momentos por el mínimo viento, perdedora en la batalla contra el tiempo. Sensible con cualquier problema, observadora hasta contemplar con claridad ese sentimiento. Aspirante a cualquier cosa, feliz ante el objetivo. Soñadora innata hasta en la planta de mis pies.
Y él me dijo muchas cosas, yo las intento descubrir.
¿Pero yo?
La única imagen que tengo de mí es la que muestra un espejo todas las mañanas, y a decir verdad, es una imagen de confianza con pijama y cara de sueño, no se si en algún momento me impactó, pero de tanto verla durante toda mi vida, soy capaz de imaginarme con cada gesto, con cada posición, sin tener a mi fiel confesor en frente.
Él me ha mostrado los sentimientos más oscuros de mi rostro, las lágrimas más profundas de mis ojos, y los resquicios que asoman en mi piel ante él me he confesado, ante él he reído, ante él he llorado, he prometido, he propuesto, he conseguido, he luchado, he perdido, he abandonado...
Si él hablase diría que soy buena oradora, latosa en muchas ocasiones, risueña ante el buen humor y graciosa cuando este llega a su clímax. Nefasta cantante, un horror de persona ante tiempos turbulentos, abatida en momentos por el mínimo viento, perdedora en la batalla contra el tiempo. Sensible con cualquier problema, observadora hasta contemplar con claridad ese sentimiento. Aspirante a cualquier cosa, feliz ante el objetivo. Soñadora innata hasta en la planta de mis pies.
Y él me dijo muchas cosas, yo las intento descubrir.
Aprender hacia enseñar
Qué hacer,porqué hacerlo, cómo hacerlo y cómo saber si está bien lo que he hecho o si hay algo que falla.
En mi opinión en estas preguntas es en las que se basa el trabajo de un docente, pero todo esto puede sostener cierta subjetividad por ello la creación de estos blogs no la considero un trabajo más que hay que presentar, sino una manera de tener contacto con otras personas, compartir experiencias, conocimientos, que nos pueden servir para completar nuestra finalidad.
El aprendizaje es una tarea sin fin, lo interesante es encontrar el camino que más posibilidades otorgue.
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